En el espejo.

Te propongo un juego: visualiza estas dos escenas y trata de identificarte en una de ellas. Después… toma una decisión. Tu decisión.

Escena 1. En el espejo.

Te levantas por la mañana, te pones delante del espejo para arreglarte y te observas. Más que observarte, es la hora del examen:

Quizá tienes bolsas bajo los ojos u ojeras. Patas de gallo.
Quizá se te marcan arrugas en la frente y en la boca o tienes granos. Piel con demasiado brillo o con demasiado poco. Y manchas, algunas manchas.

Quizá tu nariz no te gusta y hoy menos que normalmente. O tus labios. Igual la cosa es que tus dientes no están perfectamente colocados, o sí, pero no tan blancos como quisieras.

Quizás consideras que tienes papada (es curioso cómo engrandece tu papada a estas horas del día).

Quizá un día tuviste unos brazos bien torneados y hoy son demasiado finos o demasiado gruesos. Desustanciados.

Quizá piensas: “qué mal queda la ropa que llevo”.

Quizá es el pecho. Demasiado pequeño o demasiado grande; asimétrico o caído. Menos mal de ese sujetador con relleno, el push up o el efecto reductor. Amén.

Quizá hoy es la barriga. Igual hay estrías en sus laterales, está flácida, está hinchada, está grande, está demasiado metida para dentro.

Quizás fallan las piernas. Gruesas o muy finas. Rodillas giradas, tobillos hinchados, pies feos. Varices, celulitis, retención de líquidos o pelo.

Quizá piensas: “qué piernas más feas tengo”.

A continuación sales devastada de casa, claro, prometiéndote ejercicios o dietas que sabes que no vas a poder cumplir, escondiéndote de los escaparates y espejos para no volver a verte. Criticando cada marca, cada pliegue, cada “fallo”. 

Dime, todo esto, ¿te suena de algo?O, mejor respóndete a ti misma: ¿te quieres?


Escena 2. En el espejo. 

Te levantas por la mañana, te pones delante del espejo para arreglarte y te observas. Más que observarte, es la hora de reconocer, de reconocerte.

Miras bien tus ojos y tu forma de mirar: ¿a cuántas personas habrán enamorado? ¿Cuántas cosas han visto por primera vez? Tus ojos, los que te dejan ver el mundo, la belleza de un atardecer, y te han visto renacer después de cada batalla.

¿Y tu piel?
Mapa de todos los cambios que los años han escrito sobre ti. Como los árboles que con cada capa de sus troncos cuentan una historia.
Tal vez hablan de tus hijos, de tus años mozos, de los días de playa, de las cervezas con tus amigas.
De risas, de sufrimiento, de dolor, de amor. De esas cosas que tanto molestan y nadie más parece darles la menor importancia. Cómo todo. Cómo siempre.

Reconoces tu nariz, la que te permite evocar recuerdos: el olor de tu madre, a jazmín o a noches de amor y sexo. Unos labios que hablan, ríen, besan, saborean… que a veces se desbordan y otras no saben por dónde empezar.

¿Y tus brazos?
¿Cuántos abrazos habrán dado? ¿Cuántos cuerpos habrán sostenido? 
¿Cuántas veces te habrán ayudado a sacar de tu vida aquello que no necesitas?
Tus brazos terminan en unas manos que acarician, que recogen, que dan fuerza. Que agarran, que sostienen, que te acercan…

El pecho, ese que quizá ha alimentado a alguien. El pecho que has tostado al sol, que se ha convertido en deseo y puerto para personas que han querido atracar en él.

Y tu barriga, esa que alberga vida, que cobija emociones, que lamenta marchas, que digiere tu vida.
Tus piernas, gordas o flacas, con celulitis o pelo, pero que siempre te llevan, te traen, te sujetan, te hacen bailar, te permiten correr… 

Lo has visto, ¿verdad?

Vuelve al principio y decide: ¿te vas a examinar cada mañana del resto de tu vida o vas a reconocerte a ti misma frente al espejo?

Reconócete.

Inténtalo así, cada día.
Imperfecta, pero humana.

Imperfecta, pero comprendiendo que tu cuerpo es tu hogar.
Imperfecta, pero queriéndote.

Me despido por hoy, no sin antes desearte que seas feliz, que tengas salud y que te vaya bien en la vida.

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