Hay heridas que son simples rasguños. Anécdotas que el tiempo borra de
nuestra memoria.
Otras son auténticos abismos. De los que reducen cualquier historia a cenizas.
Y quien dice historias, dice personas. Maravillosas. Las personas, digo; no el abismo.
Y entonces toca rearmarse, entrar en el negro, a la deriva, en el gris, para
poco a poco caminar hacia toda la paleta de colores.
Colores que no sabes cuánto echas de menos hasta que no los vuelves a ver.
Y todo va lento, descompasado, pesado. Porque te han hecho polvo. Te has hecho
polvo. Y ¿ahora qué? ¿Hacia dónde ir cuando nada abriga?
Recuperas. Con mayor o menor acierto y fantasmas en tu haber. Cicatrices y
manías. Ya me entiendes.
Pero ¿qué pasa cuando te da la sensación de que te han quitado más de lo que
eres capaz de recuperar?
En la paleta de colores, tal vez, has olvidado recordar lo bonito que le
sonreías al amarillo. Y ahora no está, ni te acuerdas.
Pero a veces ocurre que te encuentras con algo (con alguien) de esa misma época
en la que te consumiste. Y te irradia ese amarillo del que te habías olvidado.
Sincero y sin previo aviso.
Entonces tu camino ha terminado y tu paleta de colores vuelve a estar completa.
RECUPERADA.
Me despido no sin antes desearte que seas feliz, que tengas salud y que te vaya
bien en la vida.
