Solos. E infelices corazones de piedra.

Tarde.

A algunas personas las recuerdas por llegar tarde a todo lo que tiene que ver con amar. Que es de lo poco que urge en nuestras vidas.

Se sientan tarde a escuchar  y empatizar.

Tarde a querer arreglar.

Tarde a dejar de jugar.

Tarde a querer darle al otro lo que pide/merece/desea/necesita.  

Tarde a querer del único modo que se quiere a alguien aunque adopte múltiples formas.

 

 

Y es que estos corazones de piedra no atienden al momento.

Puede que les digamos un millón de veces donde nos duelen. Qué nos apagan, envejecen. Donde cronifica una infelicidad manchada de desencanto. El suyo por no saber amar.

 

Y te quedas sin voz de pedir a su egoísmo una tregua. A exigirte a ti mismo la marcha.

Un egoísmo teñido de exigencia. La de que estés y seas sólo cuando les venga bien. Insostenible, dolorosa, desequilibrada sensación de que la única cosa que depende de ti es marcharte, y es la que no sabes por dónde empezar.

Decía Albert Camus que no ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar.  A casi todos nos han querido poco o mal alguna vez. Pero para no amar tienes que dejar de hacerlo, primero y sobretodo contigo mismo.

 

 

 

Y tarde.

Te pesa su dolor semanas, meses e incluso años. Corazones de papel mojados de tristeza y frío. Unas palabras que no llegan y si llegan no puedes creer.

Unos gestos que ya no tienen sentido, otra mentira teñida de aprendizaje.

 

La culpa siempre es de los demás, por ser tan… [inserte aquí el comentario de turno].

Nunca son ellos los responsables de los lazos que crean, de las personas que les aman. Se esconden tras excusas y promesas que poco a nada tienen que ver con la realidad.

 

 

Siempre llegáis tarde. Y siempre estáis…

Solos. E infelices, corazones de piedra.

 

 

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